miércoles, 26 de abril de 2017

Azotea con vistas al mar

El otro día me encontré con mi corazón en el ascensor. Después del saludo estipulado y las miradas incómodas me preguntó cómo iban las cosas por allí arriba. Oía mucho ruido, decía, y le tenía preocupado. "Estamos de obras en la azotea" le dije. Y me miró extrañado, como si las excusas ya no lo fueran. "Suéltalo" me dije a mí misma. Y allá iban, unos cuantos puños de verdad, que no verdades como puños, de los que cuesta tragar. "Otra vez" le dije. Sin más que añadir. Con menos de lo que me pedía. Pero a juzgar por su mirada... lo entendió; y fue suficiente.
"Compra muebles bonitos" me dijo. Pero para qué engañarse... es el corazón y no le podemos prohibir que hable claro sin decir nada. Con los ojos me advirtió que no comprara más estanterías de las necesarias, porque sabe que ordeno todo lo que encuentro, pero no encuentro todo lo que ordeno. Sabe perfectamente que me pierdo en mi cuadrícula caótica y que busco la exactitud en lo imperfecto.
"Guarda los viejos trastos" me recordó. Precisamente eso, recuerdos, era lo que yo ya había preparado para tirar. "Yo los guardaré si no encuentras espacio para ellos". Y de nuevo volcarlos, de nuevo sentirlos tan cerca que podrían estallar. Hacerse añicos y salpicarnos con cristales. Pero nunca olvidarse.
"Excepto el miedo", me dijo, "para el miedo no hay hueco". Y el miedo volvió a la azotea, con el rabo entre las piernas. Yo, probablemente más arrepentida que él por dejarlo marchar, le susurré que nunca se fuera. Y él, claro, construyó rejas en un ático con vistas al mar con la excusa de protegerme. Centro de gravedad en el pecho pero azotea orientada al norte por eso de no perderlo, qué irónico ¿no?
Llegamos al último piso. Ahora es cuando viene el silencio estipulado también. "Te acompaño" dijo. Abrí la puerta con doble llave. "No hay peligro, no necesitas cerraduras" me dijo. "Y así fue como te robaron" pensé. Crujidos y un portón abierto de par en par. Miró triste al interior; al exterior artificial sobre el que me había empeñado en construir un tejado. Se asomó a las rejas. "El mar es bonito". Y yo lo sé, o algún día creí saberlo. Sin embargo las paredes se volvían opacas. Cada día un poquito más.
"Pero de cerca duele" dije. El corazón me sostuvo la mirada. "¿Acaso no duele vivir deshidratado sin tocar el agua?". Y solo recé para que cuando la sed asfixiara lo volviera a encontrar en el ascensor, pero esta vez para quedarnos en su casa. Para escuchar el suspiro de los pulmones muy alto, tan alto que no escuche las obras de la azotea. Para bajar de vez en cuando a la entreplanta camino de las piernas y entretenernos un poquito antes de subir. Para bailar al ritmo de un latido muy fuerte, muy suyo, muy nuestro.