lunes, 21 de abril de 2014

Enamor'arte

Dicen que la vida del artista es dura, efímera e incluso amarga. Y digo yo... si tan desagradable es vivir de esa manera,  ¿cómo es posible que las mejores (y no tan buenas) voces del mundo consigan ocupar sus conciertos al completo,  que existan aún librerías, que el cine continúe siendo una de las principales actividades de ocio y que los museos acumulen horas de cola ante sus puertas? ¿Cómo? ¿Será porque los que tanto despotrican la vida del artista son aquellos mismos que se prohíben disfrutar de los pequeños placeres de la vida? 
Y no. No me refiero a los grandes lujos que a día de hoy se toman como insignificantes caprichos,  sino a los verdaderos placeres de la vida: desayunar pizza del día anterior, dedicar el tiempo a leer las (poéticas y obscenas) declaraciones de amor de las puertas en los aseos públicos o escuchar la lluvia picotear las ventanas antes de dormir.  Hasta los más humildes (aunque no menos gratificantes) logros personales forman parte de estos valiosos detalles como no quemarse la lengua con un café recién hecho, enhebrar una aguja a la primera o explotar una pompa de chicle sin que queden restos pegados en los labios. 
Esto, queridos lectores, también es arte o, al menos, nos ayuda a crear arte.
Incluso tú estás entre estas cositas que nos hacen el mundo más divertido. Tú de entre todas ellas eres mi vocación.
Mi vida como artista la paso (y disfruto) observando y analizando cada pedacito de ti para retratarte en sueños.  Capturo las más pícaras de tus sonrisas y las clavo en el corcho de mis recuerdos (lleno de ti y tus malditos detalles). Contemplo con aprecio la línea que nosotros mismos trazamos contrastando el amor y el odio; pero, por mucho cariño que la tenga, siempre acabo cruzándola de un lado a otro sin piedad. Resisto las ganas de pintar mis labios sobre tu cuello cuando siento el vello de tu barbilla rozar mi pincel. Bailamos al ritmo de la canción de nuestros corazones y, tras un giro, siempre acabo pegada a tu espalda. Ni allí ni aquí soy astrónoma, pero deberías ver lo bien que se me da crear constelaciones uniendo tus lunares (algún día les pondré nombre). Afino el oído cuando escucho la melodía de tu voz, quedándome sin duda con las notas más graves e intentando crear mi propio pentagrama con ellas.
Todo esto lo enfrasco en un libro de tapa tan dura como mi memoria. Y así, queridos lectores (de nuevo), es como nosotros hacemos el arte un poquito más fácil de lo que aparenta. Ni historia, ni amor, sino arte.
-¿Qué haces?- preguntaste mientras ejercía mi "horrible" vida de artista.
Sonreí. 
-Enamor'arte.

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