lunes, 15 de mayo de 2017

Rasguños a medida

Los hielos se derriten al compás de la aguja. El reloj ya lo indica, pero los hilos se amarran al pespunte a destiempo. La sangre baila al ritmo de la balada que canta el silencio para amainarla. El humo se filtra entre los parches y el olor a tabaco seco se cuela entre las lanas. Cuando enhebra la aguja, inmediatamente se teje a sí misma un infinito telar de recuerdos que ayer fueron herida, que mañana serán cicatriz.

Un par de algodones mojados en lo que dicen que lloran los cocodrilos y algunas vendas empapadas en el pasado que, irrompible como el diamante, ya no brilla. Un alfiler que explota los quejidos y un hilo transparente que tira de la mirada hacia al frente. Siempre.

Porque ella, como la lencería fina, se cubre de encajes que saben a ron añejo, de los que ya quemaron las sábanas en su momento y ahora rozan la piel con un gusto amargo. Ella no. Ella no es una muñeca hecha de trapos deshilachados. Ella borda la diferencia y remienda los días que no fueron buenos para coser la calma cuando los rasguños griten.

Así, mientras recuerda que el dolor es humano, da la última calada a un golpe de suerte, antes de que el humo se deslice entre la seda de sus labios.